Las bibliotecas son depositarias de nuestra memoria, privada y colectiva.
"¿Cuál es el mejor regalo que puede dársele a una comunidad?", se preguntó el filántropo Andrew Carnegie en 1890. Su respuesta fue sencilla: "Una biblioteca pública". De origen escocés e inmigrante en los Estados Unidos, Carnegie donó casi el 90 por ciento de su inmensa riqueza para establecer instituciones públicas, entre ellas unas 2.500 bibliotecas en 12 países de habla inglesa.
Sus donaciones no se destinaron tanto para comprar libros sino para construir los edificios que sirvieron de bibliotecas. No obstante, su legado es inmenso. Y refleja la convicción que, desde joven, Carnegie tuvo sobre el poder del libro en su misma trayectoria social, de raíces modestas.
"La biblioteca como poder" es uno de los capítulos del libro de Alberto Manguel donde se relata la anécdota de Carnegie (The Library at Night, 2006). Manguel es un escritor argentino que vive en un antiguo granero del siglo XV al sur del Loira, en Francia, rodeado de los 30.000 volúmenes que forman su biblioteca. The Library at Night es un homenaje fantástico a los libros, a sus sitios de reposo y a la lectura -lleno de ricas anécdotas, aunque con una erudición que a veces fatiga-.
En la era del Internet, la reivindicación de las bibliotecas parecería anacrónica. No es así. Manguel advierte cómo ignoramos cuánto durarán los archivos de computador -la vida de un disquete no parece superar los diez años-. En contraste, el libro de Doomsday ha sobrevivido unos dos mil.
Las bibliotecas son depositarias de nuestra memoria, privada y colectiva. "Lo que se memoriza se evapora, lo que se escribe perdura", nos recuerda Manguel. Sócrates, sin embargo, creía que los libros eran una "amenaza" contra el precioso "regalo de la memoria".
Los libros han enfrentado enemigos diversos. Históricamente han sido temidos por los poderosos. La censura y quema de libros son propias de los regímenes totalitarios, como el nazismo. Manguel narra muchos de estos episodios destructivos y fatales, algunos de ellos paradójicos, como los protagonizados por Juan de Zumárraga, inquisidor en el México colonial y destructor de libros aztecas, quien a la vez fue promotor de imprentas en Hispanoamérica.
Algunos depredadores no han actuado por motivos ideológicos. En 1702, los habitantes de Islandia, inmersos en la pobreza bajo la égida de los daneses, asaltaron las bibliotecas de Copenhague para arroparse en invierno con manuscritos antiguos. Los esfuerzos del rey Federico IV por recuperarlos, nos cuenta Manguel, dieron resultados parciales y frustrantes tras una tarea de 10 años. Los tesoros recuperados se perdieron poco tiempo después, a causa de un incendio.
Manguel está más interesado en narrar las virtudes y los misterios de las bibliotecas, los encantos de sus diseños arquitectónicos, la curiosa y hasta mística relación de los bibliófilos con sus libros, en la forma de organizarlos en los estantes, en los sorpresivos descubrimientos que arrojan sus lecturas, o en las pasiones que provocan, como cuando el joven Aby Warburg, a los 13 años, en 1879, le ofreció los privilegios de su mayorazgo a su hermano menor con una una condición: que su hermano le comprase cuanto libro él quisiese, el origen de la Biblioteca Warburg, hoy en Londres.
Manguel rinde homenaje en sus páginas a los esfuerzos del Ministerio de Cultura en Colombia, emprendidos en 1990, de bibliotecas itinerantes para alcanzar lectores en los rincones del país, simbolizadas en el "biblioburro".
Manguel no parece creer en el progreso. Ni en que la vida tenga claros propósitos. Pero al explorar la razón de ser de las bibliotecas, depositarias de nuestra memoria, de nuestra historia y hasta identidad, Manguel sugiere que los libros dejan abiertas las esperanzas.
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