viernes, 27 de enero de 2012

Vivan las bibliotecas

Las bibliotecas son depositarias de nuestra memoria, privada y colectiva.

"¿Cuál es el mejor regalo que puede dársele a una comunidad?", se preguntó el filántropo Andrew Carnegie en 1890. Su respuesta fue sencilla: "Una biblioteca pública". De origen escocés e inmigrante en los Estados Unidos, Carnegie donó casi el 90 por ciento de su inmensa riqueza para establecer instituciones públicas, entre ellas unas 2.500 bibliotecas en 12 países de habla inglesa.

Sus donaciones no se destinaron tanto para comprar libros sino para construir los edificios que sirvieron de bibliotecas. No obstante, su legado es inmenso. Y refleja la convicción que, desde joven, Carnegie tuvo sobre el poder del libro en su misma trayectoria social, de raíces modestas.

"La biblioteca como poder" es uno de los capítulos del libro de Alberto Manguel donde se relata la anécdota de Carnegie (The Library at Night, 2006). Manguel es un escritor argentino que vive en un antiguo granero del siglo XV al sur del Loira, en Francia, rodeado de los 30.000 volúmenes que forman su biblioteca. The Library at Night es un homenaje fantástico a los libros, a sus sitios de reposo y a la lectura -lleno de ricas anécdotas, aunque con una erudición que a veces fatiga-.

En la era del Internet, la reivindicación de las bibliotecas parecería anacrónica. No es así. Manguel advierte cómo ignoramos cuánto durarán los archivos de computador -la vida de un disquete no parece superar los diez años-. En contraste, el libro de Doomsday ha sobrevivido unos dos mil.

Las bibliotecas son depositarias de nuestra memoria, privada y colectiva. "Lo que se memoriza se evapora, lo que se escribe perdura", nos recuerda Manguel. Sócrates, sin embargo, creía que los libros eran una "amenaza" contra el precioso "regalo de la memoria".

Los libros han enfrentado enemigos diversos. Históricamente han sido temidos por los poderosos. La censura y quema de libros son propias de los regímenes totalitarios, como el nazismo. Manguel narra muchos de estos episodios destructivos y fatales, algunos de ellos paradójicos, como los protagonizados por Juan de Zumárraga, inquisidor en el México colonial y destructor de libros aztecas, quien a la vez fue promotor de imprentas en Hispanoamérica.

Algunos depredadores no han actuado por motivos ideológicos. En 1702, los habitantes de Islandia, inmersos en la pobreza bajo la égida de los daneses, asaltaron las bibliotecas de Copenhague para arroparse en invierno con manuscritos antiguos. Los esfuerzos del rey Federico IV por recuperarlos, nos cuenta Manguel, dieron resultados parciales y frustrantes tras una tarea de 10 años. Los tesoros recuperados se perdieron poco tiempo después, a causa de un incendio.

Manguel está más interesado en narrar las virtudes y los misterios de las bibliotecas, los encantos de sus diseños arquitectónicos, la curiosa y hasta mística relación de los bibliófilos con sus libros, en la forma de organizarlos en los estantes, en los sorpresivos descubrimientos que arrojan sus lecturas, o en las pasiones que provocan, como cuando el joven Aby Warburg, a los 13 años, en 1879, le ofreció los privilegios de su mayorazgo a su hermano menor con una una condición: que su hermano le comprase cuanto libro él quisiese, el origen de la Biblioteca Warburg, hoy en Londres.

Manguel rinde homenaje en sus páginas a los esfuerzos del Ministerio de Cultura en Colombia, emprendidos en 1990, de bibliotecas itinerantes para alcanzar lectores en los rincones del país, simbolizadas en el "biblioburro".

Manguel no parece creer en el progreso. Ni en que la vida tenga claros propósitos. Pero al explorar la razón de ser de las bibliotecas, depositarias de nuestra memoria, de nuestra historia y hasta identidad, Manguel sugiere que los libros dejan abiertas las esperanzas.

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/eduardoposadacarb/libro-sobre-los-li_10944565-4

Conversar

El Hay Festival cambió la vieja presentación de los eventos literarios.

'El Casares', como llamamos al Diccionario Ideológico de la Lengua Española sus antiguos usuarios, define conversar como "hablar una o varias personas con otra u otras". Dice también que conversar es "tener trato y amistad unas personas con otras". Y esto, la más hermosa de las acepciones: "habitar en compañía de otros". Conversar: ¿aceptación del otro?

Las "mesas redondas" o rectangulares (si fueran redondas, algunos ocupantes cometerían la grosería de hablar de espaldas a su audiencia) imponen cierta pompa. Casi nunca se cumplen las rondas de intervención ni los turnos previstos. Por lo general, alguien usurpa el tiempo del otro. Por lo general, nadie responde ni replica al interlocutor. Al final, parecen un monólogo redondo: son la negación del otro.

El Hay Festival -un invento británico que se quedó a vivir en Cartagena de Indias hace seis años- impuso un ambiente para conversar. La conversación, no la conferencia, es el género que da sentido a este encuentro anual de escritores, editores y lectores. Por eso reproduce en escena una sala: "mesa de centro", sillones y un sofá donde "una o varias personas" hablan "con otra u otras".

El Hay Festival cambió la vieja presentación de los eventos literarios. Lo hizo en el escenario: salas casi familiares donde unos escritores interpelan a otros escritores ante un público que ha leído sus libros o busca interesarse por ellos. Del 2006 en adelante, el tresillo letrado se impuso sobre la "mesa redonda".

Los críticos del Hay Festival -¡bienvenidos!- hablan de la ligereza de las "conferencias". Es cierto, en parte: pocas veces hay solemnidad en las intervenciones; se conversa coloquialmente, se habla de la génesis de los libros, de los secretos del oficio y de las circunstancias que rodean la vida de los escritores. Y el público es una "inmensa minoría" que sigue leyendo libros, digitales o impresos, la pieza quizá arqueológica de una de las fuentes del saber: la lectura.

En este modelo de espectáculo se dan muestras de "fetichismo": se piden autógrafos y fotos con los escritores, pero esto no es más "grave" que hacerlo con deportistas o cantantes. ¿Por qué habría de privarse uno de muestras de admiración y afecto producidas por la creatividad humana? La amable liviandad será siempre preferible a la profunda hostilidad.

En el Hay Festival se siente un aire de fiesta y espectáculo, quizá de exhibicionismo de las grandes figuras invitadas. Prefiero esta fiesta a la no menos espectacular de las cumbres donde se decide a puerta cerrada el destino de los pueblos, en medio de aterradoras medidas de seguridad. En los festivales literarios no se decide nada: se habla sobre libros y autores que convocan a unas pocas miles de personas que vivieron la felicidad de leerlos.

Los escritores no son convocados para ofrecer fórmulas que podrían cambiar el mundo, imponer la justicia, evitar las desigualdades sociales o impedir los ascensos eufóricos y caídas catastróficas de la "ciencia económica", sino para una cosa más gratificante: hablar de libros y literatura, de la condición humana que los inspira y de unas pocas cosas que quedan como expresión de la libertad: el arte y los artistas, como recordaba Hannah Arendt.

Se trata, quizá, de un evento de élites: poca gente comparada con las multitudes que no ahorran presupuesto en un concierto de vallenato o de rock o pagan por una botella de ron sumas muy superiores a las que pagarían por un libro de Carlos Fuentes, Ben Okri, Nélida Piñón, Jonathan Franzen o Evelio Rosero.

Los festivales literarios no pueden competir con el esplendor de esos negocios.

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/scarcollazos/quinta-columna_11002106-4

Guerra a los Morticieros

La ética profesional debe marcar la calidad científica y humana de dichos programas.

Noticiario, según el Drae, es el "programa de radio, prensa o televisión en que se dan noticias de actualidad", yo añadiría, de verdadero interés, nacional o internacional.

En Colombia, el vocablo "noticiero", adjetivo según el Drae, pasó a hacer las veces del sustantivo "noticiario", de otros países.

Cualquier noticiero debe ser visto por menores en compañía de adultos, no tanto porque tenga escenas de sexo o violencia, sino, aunque no las tuviera, por la necesidad de interpretar las noticias, al alcance de los menores, para ser entendidas y asimiladas por ellos provechosamente.

Tenemos modelos de noticieros: los de la BBC de Londres y CNN en el ámbito internacional, de calidad comprobada mundialmente desde hace más de 25 años. En Colombia tenemos buenos y malos. Entre los primeros, porque llenan el cometido de informar objetiva y seriamente, figuran el de NTN 24 horas, el de CM&, de Yamid Amat, el de Jorge Barón, en el contexto nacional, y el de Citytv en el local, de excelente calidad, y otros pocos.

Entre nosotros, las dos cadenas nacionales, RCN y Caracol, de radio y televisión, se han especializado en narrar muertes y asesinatos, en dar noticias sensacionalistas y amarillistas, de poco o ningún interés nacional: están de moda las 'balas perdidas'; vienen, luego, los choques aparatosos, de ser posible, con buena cuota de muertos; siguen las violaciones de menores, los casos patológicos de personas dementes que violan o torturan a mujeres y menores, en Florencia, Piendamó o Tierradentro -poco importa-, o en cualquier municipio retirado del país. Para qué tienen que informar que se cayó una niña de tres años a una quebrada, que luego la arrastró; que se desplomó una casa en la vereda Bellavista, de Cañasgordas; que un niño de dos años se ahogó en Palmira, con un pedazo de carne, y así por el estilo. ¡Qué falta de seriedad, qué amarillismo tan pobre y tan descolorido! Para ganar audiencia vulgar y mediocre, se dedican a narrar asesinatos y escándalos, como los 'vespertinos' que traen la noticia, con la fotografía espeluznante, del crimen pasional del día anterior.

Cuándo aprenderán los directores de estos noticieros -que prefiero llamar 'morticieros'- que no se puede jugar impunemente con la audiencia y la televidencia nacionales, interesadas en conocer lo positivo y lo negativo del mundo y de la nación, en una forma seria, breve y constructiva. Ya vamos en una hora entera por la noche, y piensan alargarlos para poder informarnos de cuanta muerte o escándalo se da en cualquier rincón del país. Qué interés tiene el público en saber cuanto pasa en las veredas y corregimientos del territorio nacional, para quedar luego al margen de los hechos importantes en el orden nacional e internacional. Por el ansia de dinero perdieron el concepto de lo que es informar al público con ética profesional.

Invito a los lectores de esta columna dominical a hacerles la guerra a estos dos noticieros ('morticieros'), suspendiendo por un tiempo su sintonía y sintonizando otros de buena calidad, para darles la lección de volver a ser noticieros de verdad. La ganancia y el lucro no pueden ser el motivo que inspire a los directores de noticieros y a las cadenas de TV. La ética profesional debe marcar la calidad científica y humana de dichos programas. Si no se tiene en cuenta la ética, apaga y vámonos.

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/alfonsollanoescobar/guerra-a-los-mor_10979767-4

miércoles, 4 de enero de 2012

El calor o la calor?

Si el artículo concuerda con el sustantivo en género y número, ¿podría considerarse incorrecto el empleo de la en el caso de “la calor”?

Algunas gramáticas califican de “arcaica” esta forma, aunque en nuestro idioma hay ejemplos en los que se usa el o la indistintamente. Se trata del artículo con los sustantivos ambiguos, que vacilan --en el uso corriente de la lengua-- entre los dos géneros: el o la piyama, el o la azúcar, el o la tilde. Pero, veamos las cosas con mayor detenimiento.

Como se sabe, el determinante el se emplea delante de sustantivos masculinos (el libro) y la ante sustantivos femeninos (la mesa). Sin embargo, con los sustantivos femeninos que comienzan con a- acentuada, la forma del artículo es el: el agua, el hacha, el águila, el habla. Se exceptúan los nombres propios y los patronímicos, cuando designan mujer, y las letras del alfabeto: la Juana Corrales, la a, la hache; se incluye el nombre de la primera letra del alfabeto griego: la alfa (metafóricamente, con el sentido de “principio u origen”, se dice correctamente: el alfa y el omega).

Pero cuando se interpone cualquier palabra entre el artículo y el sustantivo, la forma no es el sino la: las hiervientes aguas de Tipitapa; la enrevesada habla del pandillero.

Ante adjetivos, el artículo no sufre variación: la alta cumbre, la agria naranja, la árida conversación. Incluso, en los casos de elipsis, es decir, cuando se omite el sustantivo porque se sobreentiende: Es más peligrosa la marea baja que la alta (la marea alta).

Cuando se quiere distinguir el sexo en sustantivos femeninos de personas o animales, debe emplearse el artículo femenino la: la árabe (la mujer árabe), la ánade (el pato hembra), etc.

Los nombres de personas no llevan artículos. En algunos países (Chile, México, Costa Rica, Nicaragua, etc.), es corriente anteponer el artículo al nombre de pila de todas las mujeres: la Julia, la Petra (“la Juana Corrales” se lee en Cosmapa, de José Román; “Pobre la María” se titula la canción de Luis Enrique Mejía Godoy, y “Yo soy la María, María de los Guardias” otra de Carlos Mejía Godoy). La Academia considera correcto el empleo del artículo en estos casos.

Con nombres propios geográficos, algunos países han vacilado en el uso del artículo en su nombre; sin embargo, hoy se pueden anotar con seguridad aquellos que lo aceptan; por ejemplo: El Salvador, la Argentina, el Uruguay, el Paraguay, el Perú, el Ecuador, el Brasil, la India, el Congo y los Estados Unidos. En otros casos, el empleo es indistinto: el Asia (o Asia), el Japón (o Japón), la China (o China), el África (o África), el Egipto (o Egipto).

Con los apellidos se usa el artículo cuando: a) se anuncian: Llegaron los González, los Pérez, los Hernández; b) se refieren metafóricamente a los grandes hombres: Nicaragua es la tierra de los Darío y los Sandino; c) se refieren a una mujer: la Mistral, la Toledo, etc.

Volviendo a nuestro asunto, ¿podría considerarse correcto el uso de “el calor”?

La Academia explica que el uso lo decide a veces el ámbito social, profesional o el dialecto; así, la mar, empleado en poesía, es también expresión de gentes de mar; por eso dicen: altamar, plenamar, y aunque casi no se emplea con el artículo, el femenino es evidente, como en estas otras expresiones: el mar inmenso, la mar salada.

El término calor tampoco debe confundirse con otros muchos nombres que tienen el doble uso, masculino-femenino, pero cuyo cambio de género obedece a una variedad de la significación: el cometa (astro) y la cometa (papalote o barrilete); el contra (concepto opuesto o contrario) y la contra (contraveneno, movimiento contrarrevolucionario); el orden (concierto o disposición de las cosas) y la orden (mandato); el pendiente (arete) y la pendiente (cuesta o declive de un terreno); el tema (asunto o materia) y la tema (actitud arbitraria contra alguien).

Pero la calor --como la color, también-- es un uso considerado por algunos filólogos y académicos como vulgar y anticuado, relegado al habla campesina de algunas regiones.

Empleemos, pues, la forma culta y generalizada: el calor.

http://impreso.elnuevodiario.com.ni/2007/07/07/opinion/53155